“Aconsejo a mis pacientes que no digan que tienen tuberculosis para evitarse problemas”

José Caminero es probablemente el neumólogo que más sabe de esta enfermedad en América Latina. Trabaja en Las Palmas pero pasa una semana de cada cuatro en zonas donde es endémica


La Haya
 

El equipo de prensa de la Unión contra la Tuberculosis y la Enfermedad Pulmonar no tiene dudas: “Tienes que hablar con Pepe, es el que más sabe de tuberculosis en América Latina”. Y José (Pepe) Caminero, nacido en Valdepeñas (Ciudad Real) en 1958, se presta sin poner pegas pese a su apretada agenda en el congreso que se ha celebrado en La Haya entre el 24 y 26 de octubre y al que ha invitado a EL PAÍS. “Todo lo que sea poner la atención en la tuberculosis está bien, que la tenemos olvidada”, señala.

Aunque tiene plaza desde hace 30 años en el hospital Doctor Negrín de Las Palmas, el neumólogo pasa una semana de cada cuatro visitando zonas donde la tuberculosis es endémica. “El problema es que es una enfermedad de pobres, de gente que no le interesa a nadie”, afirma.
Dentro de la situación mundial, a Caminero le preocupan especialmente las poblaciones indígenas de América. “Las tasas en el continente son medias, de hasta 100 casos por cada 100.000 habitantes en los peores lugares, mucho menos que en algunos sitios de África, con tasas de 300 casos por 100.000, pero mucho más que en Europa, donde España y Portugal son los países más afectados, pero tienen tasas de entre 10 y 15 por cada 100.000”, explica. La excepción americana son —y han sido históricamente— las poblaciones indígenas. “Para ellos es una enfermedad importada, con la que no han tenido contacto. Y además, de las condiciones necesarias para que haya un brote, las tienen todas (pobreza, desnutrición). Quizá les falta el hacinamiento”, expone. “En los inuits canadienses, por ejemplo, ha causado una auténtica mortandad”.
 
\”Estamos formando líderes locales para combatir la enfermedad. No hace falta que sepa leer o escribir, pero en todas estas comunidades hay un cabecilla a quien respetan\”.
 
Esta circunstancia le lleva a afirmar que, desde una perspectiva histórica, ahora la inmigración “está devolviendo a los países ricos lo que estos les llevaron con la colonización de los siglos XV, XVI y XVII”. Sabedor del uso que algunas ideologías pueden hacer de este asunto, explica que hay que hacer constar que los inmigrantes que llegan están sanos. “Pueden tener la bacteria, como tienen muchos españoles y europeos, pero desarrollan la enfermedad por las condiciones en las que les hacemos vivir aquí”, dice. Volviendo a la idea de una enfermedad de ida y vuelta, es lo mismo que probablemente pasó con los militares y colonos que fueron a América: nadie quería a un enfermo de tuberculosis en un barco durante semanas.
 
Para combatir la enfermedad en estas poblaciones, “estamos formando líderes locales”, dice Caminero. “No hace falta que sepa leer o escribir, pero en todas estas comunidades hay un cabecilla a quien respetan”. Sus tareas fundamentales son dos: “Detectar quién tose y, si puede, recoger un esputos, y asegurarse de que los enfermos se tomen la medicación”. “Hay que tener en cuenta que el tratamiento dura seis meses, pero que a las tres o cuatro semanas los síntomas desaparecen, y entonces cuesta mucho convencerles de tomar las pastillas hasta el final”, dice. Eso sí, tienen una ventaja: “Estas poblaciones es la primera vez que se enfrentan a la tuberculosis, por lo que no hay casi resistencia y el tratamiento es barato, menos de 10 dólares”

En el fondo, los problemas con estas poblaciones no son tan diferentes a los que hay en España. Ahí no conocían la tuberculosis, y “aquí la hemos olvidado”, dice Caminero, y pone como ejemplo que a él le llegan los pacientes a la consulta “después de estar tres meses tosiendo”. “Es que el bacilo crece muy lentamente, y por eso al principio no preocupa… Hace poco me vino un chico que había perdido 20 kilos en unos meses, y nadie se había planteado si tenía tuberculosis”.

“Si en España ha mejorado tanto la situación es porque ha aumentado el bienestar, desde luego no por lo que hayan hecho las autoridades. Hace 15 años que la Sociedad Española de Patología Respiratoria (Separ) reclama un programa oficial y nadie nos ha hecho caso”, afirma. Este abandono lleva a la ignorancia, y al estigma, afirma Caminero. “Yo a mis pacientes les aconsejo que no lo digan, que se evitarán problemas”, afirma. “En eso hemos cambiado muy poco. Hace un par de años tuve un caso de una niña en un pueblo de Gran Canaria y cuando la madre lo dijo, la echaron del colegio. Hace tres años me despidieron a un trabajador”, relata.

Esta discriminación no es nueva. Él lo vivió en su familia. “Mi padre solo me contó que había tenido tuberculosis cuando yo ya era médico y me dedicaba a esto. Esas cosas no se contaban”. “Por eso mi granito de arena es decir que de los seis a los nueve años tuve una forma de tuberculosis que se llama ganglionar. Se te hinchan los ganglios y echan pus. Aquí tengo la marca”, dice, y mientras lo hace señala una larga cicatriz en el cuello, detrás de la oreja. La huella de la enfermedad que combate.

 

Fuente: El Pais